martes, 5 de enero de 2010

CUENTO

EN LA CÁRCEL
Julio Esperguel Santander
Alumno del taller

Despierta y espera hasta las 08:15 hrs. para levantarse. Cepillo de dientes en mano, máquina de afeitar, jabón, shampoo y al baño; se asea y se viste. Espera la cuenta y ya está; al día siguiente lo mismo, todos los días lo mismo, la misma situación, las mismas escenas y aunque parezca en demasía rutinario…es bueno, la rutina es buena en la cárcel.
Una de esas mañanas, mientras se afeitaba, se miró en el espejo y comenzó a reparar en su rostro; había arrugas, han pasado más de cinco años decía. Ojos cansados, a pesar de ser temprano. Se detuvo en el espacio y en el tiempo, las preguntas que se hacía eran tácitas y concientes ¿Qué mierda hago aquí? ¿Cómo cresta fui a caer tan bajo? Con la vista perdida aún en el espejo profundizó más ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiese cometido delitos? Seguramente estaría trabajando, tendría una gran profesión —inteligencia no me falta—, me levantaría temprano; de lunes a viernes mas o menos a las 7:00 de la mañana, descansaría los sábados y los domingos, me levantaría tarde los días feriados, tomaría desayuno con mis hijos o con alguno de ellos, los vería crecer y sus problemas serían míos, viviría tranquilo. Su mirada estaba extraviada en esa visión y prosiguió ¿Y si no hubiera consumido droga, la maldita cocaína? No hubiera engañado a mi esposa, hubiera desayunado con ella junto a mis hijos, seríamos una familia, dormiríamos juntos noche tras noche, no hubiera conocido a mi amante, no habría perdido el norte en mi vida, no estaría aquí.
Que patético se torna cuando piensa así, cuando quiere cambiar el pasado; no recuerda cuando manejaba voluntades con dinero y hasta amor. La relación que mantuvo por años con esa amante, compró la desgracia y ahora se victimiza; sin embargo ha de reconocer que insistentemente se hace de la soledad, de lugares mínimamente privados donde poder reflexionar sobre lo importante: sus padres e hijos. Ya no piensa en su esposa, no sabe de ella; no sabe que ella intenta ser feliz a como de lugar, aún a costa del odio, no sabe que intenta ser persona y rescatar lo poco y nada que dejó esa malograda relación. Su esposa de una relación que mantuvo y mantiene con su amante dio a luz un hijo, pero él en la cárcel no lo sabe, le han ocultado esa verdad. Él se procura de rutinas en el penal, dejó la droga y el cigarro y aunque sus dientes ya no son tan blancos, los cuida; reflexiona, busca la soledad, estar tranquilo. El tiempo ha pasado, todo ha cambiado y lo está asumiendo, asume sus errores.
Y aunque en las mañanas se vista de desilusión y desayune té y tostadas con desamor y engaño y camine con la desesperanza, no pierde el sentido de la vida; pareciera ser que de tanto intentar mantener su dignidad quisiera rectificar el algo su pasado o al menos su presente, pero ese camino en la cárcel es muy difícil, necesita perdonar y pedir perdón, reubicar los valores y la educación, y evadir a decenas de internos que no están dispuestos a que ello ocurra.
Quedó eternamente enamorado de su amante (ella también lo ama), pero en la cárcel no están las comodidades para mantener esta relación; no está el Sheraton para esas noches de lujuria, ni los moteles al paso para calmar la pasión, no hay autos ni drogas, no hay tiendas para comprar ropa de marca, no hay comodidades para conversar un tema mínimamente privado; tampoco está la voluntad, esa que hace que los amores imposibles se vuelvan una realidad.
Hoy, a pesar de tener otra compañera, está solo; ella no alcanza a ser una ilusión, no lo será. El amor no es para todos, es para quienes saben reconocerlo en el tiempo y espacio, es una virtud difícil de encontrar, mas aún en la cárcel.

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